viernes, 24 de agosto de 2012

¡LOCO POR UN DÍA! Reportaje testimonio de la locura Urbana

Diario Occidente Miércoles 14 de Noviembre de 2001

Henry Holguin, disfrazado de indigente pasa un día,
recogiendo basura, pidiendo limosna y comiendo sobrados
para subsistir.
Decidimos renunciar a la razón por 24 horas, cambiar la ropa tradicional por los harapos, el baño diario por la suciedad perenne y volvernos locos por un día. El resultado es una serie de conclusiones bien interesantes.

Henry Holguin.

"LOCO, LOCO, ME LLAMA LA GENTE..." (Astor Piazzola, "Balada para un loco")

La verdad, desde hace rato la gente viene diciendo que yo estoy loco, lucas. Tal vez tengan razón, Me he pasado gran parte de mi vida transitando la angosta linea que separa la razón de la locura. Y recuerdo ocasiones en las que no puedo definir el lado en que estoy. En mas de una ocasión he estado apunto de salir corriendo a "voliar" piedra. Y me he salvado de San Isidro (Clínica Mental) por apenas un pelito.

Pero nunca me había dejado llevar de la sinrazón o arrastrar de la locura. Nunca. Excepto el viernes de la semana pasada, cuando, en desarrollo de estos reportajes "testimonio" para OJO decidí volverme loco por un dia.

¿Acaso usted no ha querido hacerlo? Digamos, romper con todo, pegar gritos en la calle, no preocuparse por la apariencia, no bañarse, pedir limosna, comer sobrados, bucear en los tachos de basura. ¿Verdad que si lo ha deseado alguna vez?

Yo envidio la libertad de los locos,  su sonrisa abierta y desdentada, su absoluta integridad y falta de hipocresía. Y me duele su soledad, su abandono de todos.

LA TRANSFORMACIÓN

Demore tres horas en convertirme loco mendigo. Fue lo que gasto Martha mi maquilladora, en cubrirme con una espesa costra de betún, ceniza y carbón molido, todo mezclado con engrudo y tierra, dando la impresión de una capa de hollín de 15 días sin bañarse. Luego me coloco un buzo lleno de rotos, por donde se me salia la prominente barriga. Lo complemento con una chancleta rota haciendo juego con un zapatón viejisimo, esto ultimo prestado por Pedro, mi vecino.
Complete el ajuar con el clásico costal, que rellene con un par de latas, muchos periódicos y panales de huevos.

- Viernes 2:00 p.m. Estoy listo. Comienzo el recorrido.
Debo iniciarlo en la puerta del periódico. Cuando llego, me informan que le fotógrafo no tiene rollos y que debo esperar. Me siento en el piso y empiezo a pedir limosna.

- No he almorzao, mamita, no he almorzao...

Finjo una embolia que me obliga a hablar enrevesado. También una cojera. Sobre mi pasan varios empleados del periódico sin reconocerme. Pasa nuestro columnista, el abogado Miguel Yusty. Le pido limosna pero ni me ve.
(El día anterior estuve en "Los Turcos" donde Yusty me invito a comer un delicioso Tahini de Arvejas y carne encebollada. Ahora, apenas unas horas después, Yusty no me reconoce).

No puedo evitar el pensar que seria de mi vida si en realidad hubiera llegado hasta este extremo ¿cuantos de mis amigos me reconocerian?

Cronica Original, tomada del Diario Occidente Cali - Colombia
"LOCO POR UN DÍA" segunda parte

Esta es la segunda entrega de nuestro informe especial. Veremos aqui, la mentira diaria de la mendicidad fingida y el desamor de quienes solo ven las apariencias.

Henry Holguin.

Me paro frente al CAM (Centro Administrativo Municipal) con mi bulto al hombro, viendo pasar a los cuerdos. Va rumbo a sus oficinas, apurados, hablando por celular, a pagar sus cuentas, a revisar sus tarjetas de crédito, a hacer esa llamada urgente. También, algunos, se apresuran a arreglar el "lleve", a hacer la componenda, el "truquito y la maroma" de que hablaba Fiol.

Pasan frente a mi, sin reconocerme, muchos amigos de mi antiguo oficio político, en buena hora abandonado. (Debi estar loco, por esos años). Le pido limosna, mirándolo a los ojos, a quien fuera mi compañero de formula en una candidatura para el Consejo, Jorge Gamboa, del Moir. Ni me mira.

Camino hasta el cabildo y casi me tropiezo con mi amigo Carlos Urresty, con el celular pegado a al oreja, quien descuidadamente saca una moneda de mil pesos y la pone en mi mano ennegrecida de mugre.
Sigo caminando y llego al puente España; en la calle 11.
Allí la veo. Es aquella mujer a la que ame alguna vez, y que, seguramente, también me amaba. Camina flotando gracilmente sobre el mundo con sus piernas caleñas y caderas generosas. Pasa por mi lado y me mira con aquellos ojos garzos, ahora inexpresivos. No vuelve la cabeza.
Acuso el golpe.
Perdido entre la multitud, sin nadie que te conozca ni te ayude,
sin una persona a quien recurrir, la infinita soledad del loco
y mendigo es impresionante. Nunca me sentí tan indocumentado,
tan sin familia, tan sin nada.

Así es la vida. Todo depende de tu estatus, de tus vestidos, de tus zapatos, de tu apariencia. Recuerdo a mi padre: "Hijo, hay que comer m... pero eructar pollo...". Colocate un vestido entero con corbata y lustrate el pelo y los zapatos. Seras un Doctor. Dejate caer en un par de chanclas viejas, vistete como un trapeador y aquellas que te amaron no volveran la cabeza.

Me siento en aquel puente, al lado de la señora con la niñita, que pide encarecidamente "un bocadito para mi hija". Diez minutos después averiguo que la niña no es su hija. Se la alquilan por $10.000 diarios. La verdadera mama vive en Aguablanca.

En "Las Palmas" se conmueven y me dan mas comida. Con la que recibí del embolador, ya van dos cajas de suculentos sobrados. No están mal.

Me deslizo por la 13, confundido entre la gente. En la esquina de la Sexta, un morocho sonriente me mira desde su desgracia. Tiene una pierna enyesada y la otra llena de clavos que sobresalen terrorificamente de la piel, atornillados al hueso. Me siento a su lado y en pocos minutos el morocho me sombra. Con un gesto casual, retira los clavos de su pierna para rascarse. Descubro que, en realidad, es un ingenioso dispositivo metálico que se pega a la piel. Ambos reímos.

- Conseguiste uno... - me dice - si queres yo te llevo donde los hacen...
Todo esto es una farsa. Al lado de los verdaderamente necesitados, están los otros. Los que se hacen los locos, como yo. Solo que estos viven del oficio.

Comienza a llover. Me coloco una caja de cartón en la cabeza y sigo caminando. Veo algunos tachos de basura y me doy el gusto de escarbar en ellos, en medio del asco de los transeúntes. En la plaza de Caycedo donde dirigí tantas manifestaciones, me echo, a grito herido, un discurso filosófico al que nadie le para bolas.

Atardece. Es la hora otoñal de Cali cuanto todos, hasta los mas locos, buscan, como el toro, " la querencia de los corrales". Enrumbo hacia el Diario donde mis compañeros me reciben con felicitaciones... de lejitos. Nuestro Director y cómplice en estas locuras, Fabio Rodriguez Gonzales, se atreve a darme un abrazo.

Mañana sera otro día para preocuparme por el arriendo, los servicios, el colegio de mi hijo. Para vestirme cuidadosamente y colocarme la corbata. para volver a ser un loco de ciudad.





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