Henry Holguín, el papá del periodismo sensacionalista no amarillista, un caleño que bate récords diarios de ventas desde que dirige el diario Extra de Ecuador, creció en los talleres del periódico El País. O bueno, no creció, se quedó ‘enano’, como le dicen sus amigos, periodistas de vieja data que junto a él aprendieron el arte de la crónica.
Recién nacido (1949), su mamá, la periodista Margarita Cubillos ‘La maga’, se iba a hacer sus reportajes y lo dejaba al cuidado de los linotipistas, quienes manejaban la rotativa del diario en la Carrera 5 de Cali. Su padrino de bautizo, el propietario de El País, Álvaro Lloreda, pidió que el cura de la Catedral oficiara el sacramento en el periódico. “Dicen que en vez de agua me echaron tinta”, cuenta Holguín.
Por pura rebeldía, partió de su casa a los 9 años. Fue betunero en la Plaza de Cayzedo, trabajó en un laboratorio médico y como mensajero en la Librería Nacional. Pero el bichito de la crónica (no el de la Machaca) lo picó a los 13 años, cuando venía de un paseo en el río Pance y presenció un accidente.
Un bus del Sagrado Corazón del Valle del Lili se estrelló y murieron unas niñas. Él, por puro instinto, llamó desde un teléfono del Batallón Nápoles al Noticiero Todelar del Valle, al número que anunciaban en la campaña ‘Sea usted el reportero Todelar’. Le contestó Alberto Acosta, ‘El Gago Acosta’, director del noticiero, que le preguntó si podía dar la noticia al aire. Y habló por 13 minutos, un récord para un primíparo reportero.
“Acosta me preguntó qué hacía, le dije que era mensajero de la Librería Nacional. ¿Y cuánto se gana? $200. ‘Venga a ganarse $300’. Y me contrató para el Noticiero Todelar”, cuenta el periodista, quien tuvo que trapear y embetunarles los zapatos a sus colegas para cuadrarse el sueldo.
A muchos de los que les lustró el calzado los dirigió después. En 1966 se vinculó a RCN y en 1968 a Occidente, donde reemplazó al ‘Capi’ Barrera, y lo nombraron director de las páginas rojas a sus 14 años de edad. Trabajó en El Pueblo, El Bogotano, El Espacio, El Caleño y en las revistas Vea y Cromos.
Fue uno de los primeros reporteros en entrar a la iglesia de Bojayá después del bombardeo de las Farc, el que define como el hecho más atroz y estremecedor. Admite haberse derrumbado ante la tragedia de Quebrada Blanca, en la ruta a Villavicencio, donde dio cuenta de 500 muertos en tan solo cuatro cuadras de distancia. Una seguidilla de noticias escabrosas e impresionantes como esas han marcado su vida.
En Colombia vivió todo el proceso de la guerrilla, de los paramilitares, del hampa organizada, de las bacrim, del narcotráfico. Incluso tiene en su mente la versión en crónica roja de su propia historia: “Todo eso ha pasado por mis manos, he tenido que afrontarlo. Fui secuestrado 17 veces por la guerrilla, juzgado y absuelto en dos juicios revolucionarios en la montaña. Me hicieron 9 atentados, de los cuales tengo 8 disparos, 7 en un atentado en Cali el 20 de febrero de 1987 y uno que me habían pegado cuando cumplí los 18 años, cuando estaba en el Noticiero Todelar, de Cartagena, en ‘La Voz de las Antillas’”.
Mitómano para sus detractores, de una imaginación genial para sus amigos, Holguín es descrito por Fernán Martínez Mahecha, su compañero en El Pueblo, “como un animal para husmear la noticia. Va a hacer un reportaje y trae cuatro. Va a cubrir una tragedia aérea y se encuentra una manada de garzas en un árbol, les hace tomar fotos y escribe tremenda nota: ‘Descubrimos dónde ponen las garzas’”.
En los años 70 atrajo hacia Colombia la atención del mundo, al anunciar que había hallado al prófugo criminal nazi Martin Bormann en las selvas del Putumayo.
Le encontró a Juan Harmann 31 coincidencias con Bormann: la fecha y el lugar de nacimiento, que habían peleado en la Primera Guerra Mundial y que ambos tenían una cicatriz de herida de bala debajo del ojo derecho.
Hizo encerrar a Harmann en Pasto y la prensa internacional fue hasta allí. Pero con las huellas dactilares se comprobó que no era más que un inocente anciano alemán que vivía en la selva. “Todo el mundo me llamaba mentiroso, amarillista, excepto El Mossad de Israel, que nos felicitó; el París Match, que publicó mi crónica, y los buscanazis estuvieron de acuerdo en que había muchas razones para creer que ese señor era Martin Bormann”, dice quien aún insiste en que él halló al nazi, porque, ¿qué carajos hacía el viejito escondido allá?”.
Un mes después, para resarcirse, Holguín volvió a ser noticia con La Machaca. “La única mentira que acepto haber cometido a lo largo de 50 años de periodismo que estoy cumpliendo este 14 de octubre”, dice, refiriéndose a una especie de rinoceronte con alas que encontró en Orito, Putumayo, en los años 70, al cual le atribuyó una fama infundada: decía que si a alguien lo picaba el bicho y no hacía el amor en las siguientes 24 horas, se moría.
Colombia entera enloqueció con la historia, sacaron camisetas, llaveros, canciones y pomadas. No había una fuente de soda, un motel, un bus, un baile que no se llamara La Machaca. Hasta que un científico demostró que el bicho ni picaba. Para Holguín la leyenda “valió la pena. Le gané las cuatro primeras páginas de Cromos a Juan Gossaín, que es mucho más mentiroso que yo y todo el mundo lo admira y lo respeta”.
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