De 5.500 ejemplares que vendía a diario Extra, de Ecuador, al mes siguiente de empezar a dirigirlo el periodista caleño Henry Holguín, subió a 25.000, y al siguiente mes a más de 50.000. Hoy vende un promedio de 380.000 ejemplares diarios de martes a domingo.
“Y los ‘Lunes sexy’, la sección más leída del periódico, con las bellas modelos caleñas, que desde hace siete años se publica, sube a más de 400.000 ejemplares.
En algunas ocasiones, como el lunes pasado, que muy a mi pesar la Selección de Fútbol Ecuatoriana le ganó a Colombia, superamos el medio millón”, cuenta Holguín desde Guayaquil, a donde se autoexilió desde 1988.
Holguín acababa de ser derrotado en la primera elección popular de alcaldes con Carlos Holmes Trujillo y estaba refugiado en su casa finca en Jamundí, muy asustado.
“Me había convertido en la primera y, mínimo, en la segunda fuerza política del Valle y también en un polígono ambulante, las amenazas caían por todas partes y las apuestas no eran de cuándo me mataban sino de cómo me mataban. Un cuerpo de seguridad me cuidaba, cuando un día llegó un taxi con un señor de cabello blanco, de pinta aristocrática y dijo que quería hablar conmigo”.
Era ‘Galo’ Martínez Merchant, dueño de la empresa Granasa, aún hoy editora de los diarios Expreso y Extra de Guayaquil Ecuador. Le confesó que le estaba dando seis meses de plazo a su propio diario Extra para que subiera sus ventas o se vería obligado a cerrarlo. Le preguntó a Holguín cómo había logrado los récords de ventas con El Bogotano y El Caleño.
“Le dije que la fórmula era sensacionalista, no amarillista, y que no decíamos mentiras, trabajábamos con un margen de verdad al cien por ciento, reconfirmábamos las noticias con dos y tres fuentes, pero utilizábamos del amarillismo los elementos tipográficos escandalosos, pintas, colores, signos de admiración, fotografías fuertes y reveladoras, chicas lindas y farándula”.
Holguín admite que salió corriendo para Ecuador después de que atentaron contra su vida. Pero cuando llegó a Guayaquil casi se devuelve. “Era una ciudad fea, gris. Estábamos bajo el gobierno de Elsa Bucaram, las toneladas de basura flotaban en las calles.
El Malecón que es hoy en día orgullo de los guayaquileños era un sitio infecto, un atracadero y un urinario público”, recuerda. Fue un taxista, con quien conserva la amistad, quien lo llevó a recorrer por cuatro horas Guayaquil. “El año entrante cumplo 25 años acá y posiblemente me jubile”, anuncia.
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