viernes, 24 de agosto de 2012

La crónica roja: lo más cercano al salvajismo


13 Sep 2007

Escrito por: Braulio Orellana el 13 Sep 2007 



Cinco y treinta de la tarde. Guayaquil es un horno y el tráfico se ha vuelto insoportable. Realmente la estaría pasando mal si no fuera por ese sudoroso trabajador de una gasolinera en La Puntilla que por tres dólares surtió el acondicionado del vehículo. Una recargada simple no pasa de los 40 dólares pero es viernes de diversión y el administrador ha salido temprano, así que el concho del barril de nitrógeno que debió ser reemplazado está ahora en manos de los llanteros, que -como aves de rapiña- lo disputan y lo ofrecen al mejor postor y nosotros –gracias San Judas Tadeo!- hemos llegado en el momento indicado.
Faltan veinte minutos para las seis, la hora pactada con el editor general del diario Extra de Ecuador y hay que darle una bombeada al acelerador. Henry Holguín es un colombiano de Cali que hasta hace tres meses se movilizaba con un celoso y malhumorado guardaespaldas, que no era un simple protector, de esos que ofrecen su servicio por el solo hecho de haber cumplido su servicio militar obligaorio, todo lo contrario, el muchachón era nada menos que un comando de la policía, de esos que sin contemplaciones se baten a balazo limpio con los bad boys guayaquileños.
El hombre estaba ranqueado. Una vez –cuenta casi extasiado y al borde del orgasmo emocional- que tuvo que meterle plomo a dos delincuentes juveniles que –drogados y armados- asaltaban a los pasajeros de un bus en el suburbio de la ciudad. Yo estaba al final de la fila, o eran ellos o era yo, así que decidí por lo primero antes de correr despavorido, dice.
Holguín había sido amenazado de muerte desde las lúgubres celdas de la Penitenciaría. Un cabecilla que no estaba contento con las publicaciones de Extra había ordenado su ejecución por treinta mil dólares. Al final, fueron tantos los intermediarios que el elegido sólo recibió cinco mil de los billetes verdes por ejecutar el encargo. Al final de la historia –por obra y gracia del que está arriba, como dice Holguín- todos sus verdugos terminaron muertos, en confusas balaceras o en enfrentamientos con la policía local.
Prendo la radio. Música de Kudai, no me gusta. Paulina Rubio, puede ser, pero ahora no. Paul Muriat en la radio, lo dejo ahí, se me vienen a la mente recuerdos de mi padre con su viejo long play disfrutando la canción del Padrino 2. Respiro el aire helado del acondicionado. Afuera es otro mundo, mentadas de madre, hijueputa por aquí, hijueputa por allá y un bus de la 108 que le cierra el paso al peugeot de una desconcertada rubilinda. Inconfundible, ya estoy en el centro de la ciudad.
A diez minutos de la transitada Nueva de Octubre vive Henry Holguín, en las colinas de Bellavista. Algo así como el cerro San Cristóbal en Lima pero con caché. Está a dos minutos del diario Extra, una ubicación estratégica que le permite ir y venir a la hora que sea para revisar la edición de este moustro impreso, el tabloide más polémico y más vendido en la historia del Ecuador.
En Extra no importa que sus enormes y llamativos titulares –que incluyen espeluznantes fotos a todo color- informen sobre el descabezamiento de una bella mujer o el desmembramiento de un conocido brujo mexicano. Menos aun importa que su precio sea de 0.35 centavos de dólar cuando su modesto y bastante lejano competidor –Súper- se venda diez centavos menos. En el Perú el precio de un diariochicha –de los más de doce que existen sólo en Lima- está en el orden de los 0.50 céntimos de sol, es decir, unos 0.15 centavos de dólar.
El sensacionalismo, que es donde se ubica Extra -que vende 180,000 ejemplares al día y 220,000 los lunes por el suplemento de mujeres desnudas- presenta en sus noticias la exaltación desmesurada de los elementos gráficos y de color, sin que la información –como nos consta- deje de ser cierta.
La adicción
Ya estamos en la casa de dos pisos de Holguín, sí que cuesta subir esa colina, tan vertical. Son casi doscientos metros sobre el nivel del río, el yaris sube en primera, aunque valga la pena hacer la nota no es saludable –hablando de fierros- forzar el motor. Un gran pitbul negro nos recibe en la puerta… sereno moreno!.
Con su café entre manos -tan adictivo como la Extra- y con decenas de amarillentos recortes periodísticos -que recuerdan el atentado que sufrió en Cali en 1987 y del que salió bien librado pese a los ocho impactos de bala- Holguٳn refiere sentirse orgulloso de dirigir este diario, a pesar de los cientos de detractores que tiene y de las decenas de amenazas de muerte que le llueven a menudo.
Este género periodístico –que algunos llaman subgénero- no es sino el más cercano al salvajismo y a la corriente primigenia que los humanos llevamos dentro, dice Holguín.
Muchos nos llaman sensacionalistas y amarillistas, sin embargo estos dos conceptos difieren fundamentalmente, explica este caleño con 57 años encima, 44 de ellos dedicados al ejercicio periodístico y casi todos al filo de la navaja. Actualmente es considerado el gurú de la crónica roja en el Ecuador.
Nosotros no inventamos nada. Todo lo que publicamos es lo que ha realmente ha ocurrido. Sin embargo echamos mano de todos los elementos sensacionalistas de los que disponemos para matizar y para hacer atractiva la noticia, detalle que a nuestros lectores fascina y a mí regocija. Somos la historia diaria de esta sociedad, injusta y hambrienta, refiere.
El amarillismo, dice, se vale de la mentira y de la invención para elaborar las noticias más escabrosas o para silenciar otras. Nosotros no estamos en ese rubro como sí lo están, incluso, algunos de los que se consideran diarios serios en este país.


El gurú
A los 13 años Holguín hizo su primera nota radial en Cali y jamás –como suele suceder en estos casos- imaginó que cuarentaicuatro años después se convertiría en el autor intelectual de la noticia hecha sangre, de la información controversial y sin tapujos y de la fotografía sin maquillaje y sin retoques.
No hay todavía un periodista local de su talla que le pueda arrebatar esa distinción y menos aun el cargo. No es gratuito por ello que Galo Martínez Leisker, propietario de Gráficos Nacionales, -la empresa que edita Extra y Expreso- tuviera que “extraditarlo” de Colombia las dos veces que salió expectorado de la editorial.
Los periodistas de ahora –agrega- han perdido la emoción y la pasión por la crónica roja y los que la ejercen lo hacen sólo por el sueldo o porque no tienen otra cosa que hacer. El buen reportero sangriento –como lo he sido yo- es aquel que no vomita cuando ve a un muerto destrozado o aquel que va presuroso al lugar de donde los otros regresan titiritando de miedo.
Se está creando una generación de periodistas sumamente lights que egresa de las universidades convencida de que todo lo que significa sangre y muerte está fuera del alcance periodístico, aun cuando la crónica roja -añade- ha ocupado un importante lugar en las páginas de la mayoría de diarios latinoamericanos.
Recuerda que El Tiempo de Bogotá publicó las crónicas de las masacres de Tirofijo o de los grandes bandoleros de los años 50 y 60 en las que se incluian fotos escalofriantes en primera página de cuerpos destrozados y cabezas deguelladas con los famosos cortes franela o corbata.
Detiene la conversación. Mira el fondo de la pequeña vasija y repara que el café se ha agotado –Un día no es sabroso sino tomo cuatro de estas tazas -. Hace una pausa. Levanta la mirada para dar un último suspiro. Nosotros en Extra gritamos todos los días contra la injustica social, no nos vamos a detener nunca y sí, me alegra dañarle el desayuno a los cómodos y a los que creen que viven en un país virtual que no existe.
Para el corto plazo Henry Holguín está planificando formar una escuela de reporteros de este género periodístico. No hay periodistas de crónica roja porque no existe un solo curso universitario sobre la materia y porque además no hay profesores que la impartan, puntualiza.
Un prolongado silbido abajo en la calle lo retrae. Es César Contreras, el reportero de la tarde que llega presuroso a su domicilio. Le trae la edición adelantada de Extra. Treinta segundos de rápida lectura y repara en la página nueve un error de impresión. De inmediato ordena -por celular- parar la rotativa. Lo bueno de vivir cerca es que tengo la oportunidad de leer el diario antes de que salga a luz, así puedo detener las máquinas antes de que sea tarde.
La crónica roja la llevo en mis venas, no podría hacer otra cosa, pero ya estoy cansado. En poco tiempo me veo con mi mujer administrando un pequeño hotel en la playa y terminando de escribir un par de novelas que han quedado inconclusas. Un par de novelas que darán que hablar, particularmente una de ellas que espero vea la luz cuando yo no esté en este mundo. Me conviene realmente estar allá arriba por todo lo que implica su contenido.
La otra cara
César Ricaurte es uno de los más encarnizados críticos del género y ha sostenido apasionados debates con Holguín. Ricaurte sostiene que al publicarse noticias sin contexto que describen y enumeran los hechos delictivos se genera una sensación de terror y de pánico colectivo. La gente tiende a armarse y a atrincherarse en sus casas, a cerrar los barrios y a recurrir cada vez más a los linchamientos públicos. Si bien existe una base real de hechos delictivos en alza, es muy peligroso presentar las cosas como si las ciudades estuvieran tomadas por la delincuencia. Las estadísticas y los estudios indican que eso no es real.
Entonces, ¿porqué se consume la crónica roja?. Recordó que hace algunos años, cuando hacía un diplomado en la Universidad Andina asistió a un taller con la profesora española Amparo Moreno. Ella había estudiado a fondo el fenómeno de los tabloides españoles (el equivalente a los diarios sensacionalistas del Ecuador) y llegó a la conclusión de que la gente de los sectores populares compraba los diarios de este tipo porque son los únicos que hablan de ellos y son los espacios de prensa que los tornan en protagonistas de las noticias de primera plana, aunque sea a través de episodios de sangre y violencia.
En los últimos 25 años Ecuador ha registrado un crecimiento sostenido de la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes. Pasó de 6,4 a finales de los setenta a 15 homicidios por cada 100.000 habitantes a finales de los noventa, según un estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales con sede en Ecuador.
Mientras tanto, el médico forense y psiquiatra, Juan Montenegro, quien además es director de la Morgue de Policía de Guayaquil, explica que los diarios sensacionalistas y de crónica roja no hacen sino difundir un mensaje subliminal que llega a los estratos sociales más ignorantes para hacer que estos -como en una catarsis- convivan y se gangrenen con una violencia de la que ya son parte.
El diario que difunde la noticia o la fotografía de un hombre que tuvo que ahorcarse porque no podía seguir manteniendo a su familia o de aquel que se disparó un tiro porque la mujer lo abandonó, no hace sino enseñarle a ese lector, con poca autoestima, ignorante y desempleado, que el camino más fácil en caso de llegar a una situación similar es quitándose la vida.
Montenegro ha colgado en su gélida oficina de la Morgue medio centenar de reconocimientos por su labor forense. Es un viejo conocido de la prensa local y no ha dudado nunca en abrir las cámaras frigoríficas a los reporteros y fotógrafos que entran y salen del edificio como en su casa .
Es una suerte de proveedor de sangre para los cronistas rojos y sabe que sin su complacencia, estos no podrían regresar a sus salas de redacción. Siempre hay un muerto con una historia que contar, dice mientras firma el formulario que autoriza a los familiares de un joven pandillero –asesinado en un supuesto ajuste de cuentas- darle cristiana sepultura. Por cierto, sus fotos ya están en la rotativa de Extra.


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